Crítica: Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia, de Roy Andersson

Publicada a Llegir en cas d’incendi el 29 de maig de 2015.

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Siento que hoy es jueves. Viajo en bus sin comprobar si es así. Llego al trabajo y mis compañeros afirman y repiten que estamos a martes. Mis sentimientos me han jugado una mala pasada. Estoy desconcertado. Vuelvo a casa en bus, cena y cama. Me angustia que mis sentimientos me traicionen también mañana. No puedo dormir. Llamo a un amigo que vive lejos y le digo que me alegro de que todo le vaya bien. No me oye y se lo repito, me alegro de que todo te vaya bien.  Se pone a llorar y me dice que ha tenido un sueño horrible. Le digo que se acueste. Cuelgo el teléfono y me quedo mirando una paloma disecada. La paloma reflexiona sobre la existencia, posada en una rama. No entiendo lo que piensa. Vuelvo a la cama un poco más triste. Si hoy ha sido un día amargo, mañana lo será también.

La nueva propuesta de Roy Andersson, no exenta de ironía, juega con la insatisfacción. Su paleta es el gris: grises son los individuos que, más que poblar, se mueven por la película; sus circunstancias resultan impersonales, que no universales -lo universal tendría contenido; los personajes del film son anecdóticos en el peor sentido de la palabra-; los espacios que habitan son genéricos: una sala de danza, un piso, un bar, otro piso y otro bar; las palabras que se dicen son repetidas más de una vez, en distintas escenas, como motivos florales en un tapiz, perdiendo su contenido; sus deseos, frustrados en todo momento, convierten la existencia en un suplicio. La paloma disecada nos recuerda que no hay escapatoria.

Ante la muerte, la actitud de la humanidad no cambia. Los personajes del film se muestran tan esclavos de sus sentimientos como en plenitud de vida, y cualquier promesa de un más allá que sane las heridas cae en saco roto. La dinámica del ser humano es repetir actos que no le llevan a ninguna parte, como un maniquí que da vueltas en círculo. La falta de empatía nos lleva además a actuar del mismo modo ante otras personas, incapaces de ver si las estamos dañando, constante y repetidamente. Andersson lo materializa mediante el animatrónic de un chimpancé, estudiado/torturado con descargas eléctricas para el progreso de la ciencia, mientras que la científico despistada que lo está analizando/maltratando llama por teléfono a un conocido y le dice que se alegra de que todo le vaya bien. El chimpancé gime en silencio, su boca abriéndose y cerrándose con el mismo patrón preprogramado, me alegro de que todo te vaya bien, otra vez y otra. Incomprensión, incapacidad comunicativa, repetición, dolor sistemático.

Da igual si se es rey o mono, Andersson opta por mostrarnos este universo siempre de manera frontal, en plano fijo, dando gran protagonismo a la profundidad en el espacio. Lo que aparece en el fondo del encuadre está tan nítido como aquello más cercano a la cámara: comparten una misma dimensión, una misma caja de contención que recuerda la vitrina donde la paloma reflexiona. La mirada del espectador se desliza por tanto sobre una única superficie, hacia fuera y hacia dentro, y las distintas escenas de la película partirán siempre de esta uniformidad espacial. Serán los gestos y los movimientos de los personajes en la profundidad del encuadre los que dinamicen la puesta en escena. Esta ingeniosa constancia estética encaja perfectamente con la visión gris y sin esperanza de los personajes que pueblan Una paloma se posó…. Al fin y al cabo, no sabemos si Andersson pretende que la película sea atractiva o repulsiva: simplemente vemos que repite el mismo formato una y otra vez, capturando algo que se repite en cada escena pero que, descorazonadoramente, es invisible. Y aunque la caja no hace el contenido, en este caso lo exterior parece llevar el mismo color que lo que guarda.

Resulta difícil mantener el ritmo cuando todo sucede en compartimentos: el guión, del mismo Andersson, lo marca y mantiene mediante humor, ironía, tragedia y nostalgia destiladas directamente de las escenas. Es una apuesta arriesgada, la sintonía que pueda tener con cada espectador dependiendo únicamente del contenido de cada unidad. Afortunadamente, los momentos de hilaridad y tristeza aparecen con frecuencia. Es cierto, pero, que los mismos personajes del film no prestarían atención a lo entretenido de la película; al fin y al cabo, nos dirían: ¿quién quiere pasarlo bien cuando la vida es amarga? Este tema, canalizado en la película a partir de sus (quizá) dos protagonistas, se repite como un eco en varias y distantes escenas. Así entendemos por ejemplo una de las últimas frases de esta Una paloma…, pronunciada al terminar un flashback que nos remite a la África colonial y a las nefastas consecuencias de la esclavitud: “¿Es correcto utilizar a otros solo por placer?”.

Andersson no se arriesga a responder y nos mantiene un poquito más dentro del carrusel. Dando vueltas, vemos la eternidad, la espera interminable, la regularidad de actos que nunca obtienen respuesta. ¿Están buscando a Dios? ¿El fin del silencio cósmico? Difícilmente encontraremos una paloma disecada que reconozca estar buscando la salvación. Del mismo modo, escasas respuestas sacaremos de los personajes de esta película. Podemos decir, eso sí, que pocas veces la pregunta está tan bien formulada, la atmósfera y contextos en los que inquirir tan definidos, como para que se deje pasar esta oportunidad para reflexionar en (y con) el cine. La propuesta del director sueco trasciende los límites de sus cajas, alcanzando a vertebrar lo complejo de la cuestión humana, pero siempre desde el medio, siempre con los pies en el suelo. Es esta formalidad, producto también de los manierismos y lo grisáceo del film, lo que da gran vigor y consistencia a lo que sería, por lo demás, una caja de cristal transparente.

Frágil pero fuerte, clara pero incomprensible. Así es Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia, un film que cuestiona el valor de una cerveza una vez su propietario ha muerto. ¿Sigue siendo bebible? ¿Cuánto cuesta comprarla? La respuesta depende de la posición que cada cual haya tomado ante la vida. Lo importante, nos diría Andersson, es tomar la decisión, visualizar el futuro. Viendo el camino que se abre ante uno se podrá superar la prisión del sentimiento. Hasta entonces, la rutina, el desespero y la amargura dirigirán nuestro carrusel, fuente de escasa distracción. Nos veremos obligados a entablar conversación con infatigables, repetitivos compañeros de viaje, apesadumbrados y grises, a los que preguntar una y otra vez cómo se encuentran, y a los que responderemos “Me alegro de que todo te vaya bien”, hoy, mañana y pasado. En la cena, y en la cama. Y desde la vitrina, la paloma que nos mira en todo momento no cesará de preguntarnos: ¿qué estáis haciendo con vuestra vida?

Hagan como dice Andersson y visualicen el futuro. Vean Una paloma… y decidan cómo quieren gozar de su tiempo en la tierra. Y recuerden siempre: Si el día de hoy ha sido amargo, mañana lo será también. Lo disecado no se moverá. En sus manos está el poder de cambiarlo.

Crítica: Entremeses, de Miguel de Cervantes, al Teatre Romea

Publicada el 22 de maig a Llegir en cas d’incendi

entremeses

Els entremeses tradicionals del teatre espanyol entesos com espai on somiar, on hi té cabuda la crítica, però sobretot on els instints humans es troben a flor de pell. La companyia del Teatro de la Abadía de Madrid ens arrossega a l’atmosfera intel·lectual de tres obres de Miguel de Cervantes fent explícita aquesta reflexió, emprant per a tal objectiu sons d’animals, cançons, esperit de celebració i sobretot un bon raig d’actitud picaresca. L’aparició d’aquests temes i el seu desenvolupament durant les dues hores d’espectacle es justifica com a prolongació narrativa d’aquest nucli conceptual fort, fet que demostra el gran treball d’estudi i comprensió que s’ha dut a terme (o es va dur, fa vint anys, quan es va estrenar aquesta producció) tan de les obres en qüestió com del gènere de l’entremés en si.

Les peces presentades, La cova de Salamanca, El vell gelós i El retaule de les meravelles constitueixen un conjunt on la gelosia i la passió desenfrenada, la mentida i la confiança, i la ignorància i la malícia es donen la mà per a posar en evidència les qualitats inherents a la naturalesa humana, però sense voler de cap manera posar-hi cura. És possiblement aquest esperit de resignació el que atorga aire d’autenticitat a les peces, on la caricatura pren tota càrrega de crítica, però on també se la comprèn precisament per ser tal i com és. Per això és tant valuós haver aconseguit una caracterització tan acurada dels personatges  que visiten fins el 7 de juny el Teatre Romea: si aquests últims no fossin fidels a allò que Cervantes havia pensat, el seu rol al·legòric quedaria incomplet. Afortunadament, el treball del director i dels intèrprets contribueix a explicar detalladament com són tots els personatges, aprofitant cada oportunitat que ofereixen tant el text com els moviments escènics per a donar forma i figura als habitants de l’univers cervantí.

Tot i alguns instants d’excés on la ironia del text no s’acaba de resoldre i s’opta per falta de subtilesa (especialment en instants de càrrega sexual), aquests Entremeses aconsegueixen fer explícit el ritme intern de les peces, construint els clímax pas a pas, i donant a entendre que aquest teatre, per a ser doblement efectiu, necessita fer evidents els trucs amb els quals juga, però sense deixar de tenir present allò que s’està explicant. Que els canvis de vestuari es duguin a terme damunt l’escenari afavoreix a que el factor humà sigui també present en tot moment: ens permet veure que la companyia no només ha fet un treball excel·lent preparant les representacions, llegint i entenent el contingut que ofereix Cervantes, sinó que també s’ho passen bé damunt de l’escenari interpretant.

Aquests Entremeses devenen llavors una festa cultural, on somniar està permès sempre que es faci bé la feina. Qui hagi treballat podrà permetre’s el luxe de donar una altra ullada a la naturalesa invariable de l’ésser humà, on més enllà de divergències estilístiques i lingüístiques amb el context de Cervantes, la comèdia, la nostra comèdia, hi segueix sent present, i on els drames del dia a dia es concentren en instants de gran profunditat i coneixement. Són les metàfores cervantines les encarregades de mantenir-nos en tot moment amb els peus a terra, fent-nos buscar el contingut humà de cada referència, però la seva riquesa i originalitat ens força a anar també més enllà del text, funcionant com a trampolí cap a la capacitat d’inventiva present dins de cada espectador.

I és que el text de Cervantes demana activitat per part de qui el visita: una comprensió passiva de la representació implica no aprofitar l’oportunitat de somiar que ofereixen els de la companyia del Teatro de la Abadía. És al mateix temps oblidar que si el passat té alguna influència damunt nostre és precisament perquè nosaltres ens involucrem conscientment amb ell. Per tant, què millor per a recordar l’origen de la nostra tradició teatral que fer un salt històric uns segles cap enrere? Podrem així recordar que nosaltres formem part d’alguna cosa més gran, i podrem entendre de nou que els problemes i els conflictes tenen sempre un final feliç si fem que l’humor i la reflexió ens acompanyin dia a dia. Serà possible així acabar cada jornada estirant-nos al llit i cantant, pensant sobre què som, però sobretot fent possible el somni, somni reparador i que rejoveneix, somni que ens fa honestos i generosos. Exactament com es mostren els del Teatro de la Abadía amb aquests Entremeses de Cervantes, intemporals, excitants i profunds. Dignes de la tradició que tant aprecien, i que tant s’esforcen per portar al públic. No s’ho perdin.

Crítica: Schoenberg, de Charles Rosen, por Acantilado

Publicada l’11 de maig a Llegir en cas d’incendi

schoenberg

Supongamos que un grupo de personajes ilustres empiezan a transformar lo que la sociedad considera bello, aunque dicha sociedad no lo quiera: visten la belleza, o la desnudan, deformando su figura; la pintan con colores extravagantes; la vinculan a sonidos y danzas indescriptibles. Para lo bello ya no hay palabras, si no que se lo busca bajo capas de texto, o en sus silencios. Ante el exceso de manipulación, lo bello se pierde de vista, se convierte en un deseo, un ideal, que incita los individuos al movimiento pero sin que haya una meta definida. ¿Y cuál es la reacción más común ante semejante situación? Buscar en el pasado, sin saber que eso lleva a hundir lo bello un poco más en el caos movedizo de lo ideal.

Para Charles Rosen, Arnold Schoenberg no buscaba la belleza: su intención era llegar aún más lejos y recuperar la gloria de la música de épocas pasadas. Schoenberg creía que la mala praxis de muchos compositores había vuelto la música irreconocible, emborronando los méritos de una tradición de la que, por otro lado, debía surgir cualquier intento de nueva música, y que por tanto debía ser protegida y respetada. En manos de malos compositores, lo bello había dejado de serlo y se había convertido en algo antagónico a la tradición, en una mueca sórdida indigna de su pasado. ¿Y qué hizo Schoenberg para corregir esa situación? Pactar con el diablo, diría Thomas Mann en su célebre Doktor Faustus.

Pero Rosen discrepa: para aquellos que menosprecian la capacidad compositiva de Schoenberg, el teórico y pianista norteamericano les demuestra la elaboradísima metodología con la que el padre del serialismo abordaba la creación de nuevas piezas, con un ojo puesto en la gran tradición occidental, y el otro puesto en el presente (y el futuro) de ésta. Para aquellos que dicen que Schoenberg estaba, por otro lado, demasiado vinculado a la tradición, les demuestra que el compositor fue un radical de su tiempo, decidido a desbaratar los planes absurdos de los malos practicantes de la música. Al fin y al cabo, hay que ser muy provocador (o muy valiente) para llevar la contraria a la gran mayoría de personas vinculadas al mundo musical durante toda su carrera, desde espectadores a teóricos y críticos. Todo esto, a día de hoy, sigue siendo objeto de debate, y pone de relieve el interés que la figura del compositor austríaco tiene incluso a los sesenta años de su muerte.

En las poco más de cien páginas que Acantilado reeditó el año pasado, Rosen investiga con inaudito fervor los aspectos técnicos de las composiciones de Schoenberg, desde su primera etapa posromántica y expresionista hasta su final neoclásico y serial, pero también las condiciones económicas, sociales y culturales con las que él y sus discípulos, Alban Berg y Anton Webern, tuvieron que convivir, y que resultan tan interesantes como sus análisis musicales. Es esta visión global, del todo que supuso esa Segunda Escuela de Viena, y la pasión que desborda, lo que aleja el texto de ser un libro teórico. Habría que catalogar el libro de Rosen entonces como comentario crítico, de indudable valor conceptual, pero que trasciende el mero análisis técnico de la tonalidad y el dodecafonismo.

Es en este marco donde se nos cuenta, por ejemplo, la difícil relación entre Schoenberg y Richard Strauss, quién a pesar de ser el creador de dos de las óperas más polémicas de la historia, Elektra y Salome, abandonó más tarde la estética violenta de esas obras para optar por un (supuesto) conservadurismo musical. Rosen contrapone Strauss a otras figuras del período, Igor Stravinsky o el propio Schoenberg, quiénes a pesar de sus etapas neoclásicas nunca sacrificaron la voluntad de elaborar soluciones originales en sus composiciones. De aquí que Strauss, después de defender la música de Schoenberg, terminase renegando de él, afirmando que le iría mejor sacando nieve a palazos que en la composición.

Aunque a día de hoy la posición de Strauss no está necesariamente vinculada a un conservadurismo radical (es otro debate abierto), sí que es cierto que las influencias de la música serial y las innovaciones rítmicas de Stravinsky (quién también flirtearía con el serialismo al final de su carrera) son, a día de hoy, mucho más relevantes para la historia de la música en el siglo XX de lo que Strauss hubiera llegado a pensar en su día. Rosen ponte el punto final a esta discusión con una anécdota impagable referida a Strauss cuando éste le otorgó una beca a Schoenberg después de la aparición de sus divergencias estilísticas.

Rosen también ofrece claves para ayudar a los interesados a iniciarse en la música dodecafónica y serial, dando consejos a la hora de fijar la atención en ciertos aspectos de la música, como en el entender el valor de los motivos musicales en las composiciones de Schoenberg, o en el papel jerarquizante de las distintas voces de las piezas, que las organizan como si se trataran de obras tonales. Para facilitar la comprensión, Rosen cuenta el desarrollo de la estética de Schoenberg de manera progresiva, empezando por los aspectos más relevantes de su etapa expresionista, hasta los elementos más abstractos de la atonalidad. Y aunque en éste volumen no se pueda encontrar definiciones de todo la terminología utilizada, sí que ofrece suficientes ejemplos como para poder desarrollar una comprensión pragmática de la música dodecafónica. Y es que, como dice el propio Rosen, la música de Schoenberg se encarga ella sola de transmitir la grácil frialdad y la violenta intensidad que éste quería hacernos escuchar.

Schoenberg de Charles Rosen es, por tanto, un comentario crítico con el que es posible penetrar en el complejo universo de esa Segunda Escuela de Viena, ofreciendo herramientas para entender su faceta musical pero también el rol (contra el) que jugó en la sociedad de su tiempo. Y aunque a veces se echa un poco en falta un glosario para ayudar a los lectores menos versados en historia de la música a entender la multitud de términos que usa, lo cierto es que con los medios de los que disponemos hoy en día es extremadamente sencillo seguir las indicaciones de Rosen, saltando de fragmento en fragmento, buscando pieza a pieza, percibiendo la evolución de Schoenberg en el uso de una melodía o el contrapunto. Una cronología de la vida del compositor y una bibliografía actualizada completan este pequeño gran volumen.

Así pues, a pesar de algunos comentarios que ponen en evidencia la edad del texto, lo cierto es que éste, como un buen vino, ha ganado con el paso de los años. Aunar intensidad, concisión, profundidad y claridad tratando un tema de tal complejidad es digno de un auténtico visionario. Y muy probablemente Rosen lo sea.

Terminaremos aventurando lo que quizá éste pensó de la belleza: que si esta va efectivamente vinculada al orden, es perfectamente posible encontrarla en la música de Schoenberg. Lo que quedaría por hacer sería, entonces, abandonar los prejuicios para disfrutar de la que es candidata a música más expresiva de la historia. Solo así será posible comprender el legado que nos dejó el dodecafonismo de Schoenberg y que sigue siendo, para servidor, un punto de referencia y goce único en la historia de la música, un hito de la lucha de la voluntad contra un entorno hostil e hipócrita, pero sobretodo un redescubrimiento de la belleza a partir de los horrores y también las alegrías de la experiencia humana. Un compositor total, de los que marcan un antes y después. Y si llevamos ya 100 años con Schoenberg, gracias a Rosen su legado sigue todavía más vivo.